¡EL ÚNICO JUEGO DE MESA CON PERSONAJES DE LEYENDAS MEXICANAS DE TERROR!

En un pueblito de las orillas de Hidalgo, habitaba una familia de solo 5 integrantes.

Los padres Pedro y María, eran realmente un matrimonio feliz, pero estaban cansados de trabajar, puesto que en temporadas de otoño, hay demasiadas labores.

 

Juana, Remedios y Porfirio eran sus hijos. Juana era caracterizada por su valentía al enfrentar cualquier problema que se le cruzara. Remedios era muy noble y de buen corazón. Y Porfirio era un niño rebelde, pero miedoso para algunas cosas.

 

Un día, Pedro tuvo que salir a llevar ganado a otro rancho, ubicado del otro lado del pueblo, muy lejos de donde vivían. María salió a su taller de bordados como cada tarde a las          7 p.m., muy puntual por cierto.

 

 

Los niños se quedaron en casa, jugando un jueguillo que estaba de moda: espantajos mexicanos. Era un juego muy entretenido y divertido. Tanto que no se dieron cuenta de lo tarde que era: las 11 pm, ya era hora de ir a dormir. Sus padres aún no llegaban, pues María les dejó su cena lista porque iba a cenar con su hermana. Los niños ya soñolientos, se fueron a dormir.

 

Porfirio se levantó para ir al baño y al abrir la puerta de su cuarto, ¡se escucha un crujido detrás de él!  Creyó que era una insípida broma de sus hermanas, ya que compartían cuarto. ¡pero no!, era la puerta del ático que se había abierto. Volteó muy asustado y temblando, ya que era muy miedoso. Se espantó tanto que le habló a sus hermanas (pues siendo sinceros, cuando tienes miedo, no quieres moverte del lugar). Llegaron sus ellas hasta él y ¡los tres se asombraron por lo que sus ojos estaban viendo! Se los tallaban una y otra vez para asegurar que lo que estaban presenciando era real.

 

Ahí estaba ella, una mujer horrible, con dedos largos y muy flacos, con uñas rojas, nariz grande y chueca, cabello muy despeinado y maltratado; vestía de negro y algo que jamás podrá olvidar Porfirio eran sus botas negras, viejas y puntiagudas. Tenía un aspecto realmente grotesco y sucio.

Era una terrible bruja, que bajaba del ático con una risa espeluznante y escandalosa. Los niños aterrados por aquella fea mujer, se abrazaron y rezaron como 3 rosarios ¡en un abrir y cerrar de ojos!.

La bruja se balanceaba hacía los niños para devorarlos. ¡Ni la mismísima Juanita tenía la valentía suficiente para resistir esto!

 

De pronto se escucha que abren la puerta principal. Era María, ¡había llegado a tiempo para salvar a sus hijos!, pues como bien dicen, las brujas saborean a los niños cuando los padres descuidados no están.

María entró a la habitación para asegurarse que sus hijos estaban dormidos, pero se dio cuenta de que estaban en una esquina de la habitación, abrazados, llorando y pidiendo piedad al cielo. María confundida, regañó a sus hijos por no cumplir con la regla de ir a dormir antes de las 10 pm.

 

Juanita, le contó del terrible suceso. María les creyó y para calmarlos, como buena mexicana, les dio su clásico e infalible “bolillo para el susto”. Los niños prometieron no volver a desobedecer a su mamá desde entonces.

 

 

 

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